domingo, 3 de agosto de 2008

Ángel Cirilo Aimetta


Angel Cirilo Aimetta, escritor pampeano, nació en B. Larroudé, L.P.

· Desde muy pequeño fue con sus padres a vivir al campo, en la zona del Meridiano V, en las cercanías de Elordi y Banderaló.

· Reside en Santa Rosa, desde 1962.

· Es egresado del Bachillerato Nocturno “Héctor Ayax Guiñazú” de Santa Rosa.

· Es un hombre de instituciones, principalmente de aquellas vinculadas al quehacer cultural, y ha sido miembro de la Cooperativa Popular de Electricidad de Santa Rosa. Es un animador y gestor cultural de larga trayectoria.

· Fue Presidente de la Asociación Pampeana de Escritores (APE), desde el 2002 al 2005.

· Entre los 24 y 32 años se desempeñó como Secretario de la Comisión Municipal de Cultura de Santa Rosa —1965 - 1973— y, paralelamente, como Delegado del Fondo Nacional de las Artes (ambos ad honorem).

· En el período 1973-1975 fue Director Provincial de Cultura de la provincia de La Pampa, acompañando al Gobernador de Aquiles José Regazzoli.

· Es autor del Libro "De los Cuatro Vientos"- Cuentos y Relatos- que en el año 2000 le editó el Fondo Editorial Pampeano (FEP).

· Integra la antología “LEER la Argentina del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología – Presidencia de la Nación. EUDEBA y Fundación Mempo Giardinelli (2005).

· Tiene en preparación "Mundo de Crotos”.

· Concluido, inédito: Cuentos inmobiliarios”. Aguafuertes en las que traza rápidos y mordaces retratos y perfiles de personajes, sus enredos y situaciones de toda índole que tienen lugar en las transacciones, recogidos a lo largo de su prolongada profesión inmobiliaria.

· Es también autor de cuentos y relatos referidos a otras temáticas, publicados en diarios y revistas locales y regionales, y artículos sobre temas culturales, biográficos y de interés general.

· Ha actuado en el campo gremial empresario y profesional, a nivel provincial y nacional, habiendo siendo co-fundador y directivo de muchas de sus entidades.

· Ha integrado el Consejo Social de la UNLPam.

· Desde Diciembre de 2007 se desempeña como Subsecretario de Cultura de la provincia de La Pampa.



El tordillo del diablo



Sí, sí, yo lo vi, claro que lo vi. Lo vi clarito. Cómo no lo voy a ver si yo era el que le echaba los caballos a la puerta para el aparte y él atajaba. Ya éramos grandes. El Tono tenía 11 años y yo 12, y eso lo hacíamos siempre. Más de una vez, con animales ariscos. Como a él le gustaba ponerse en la tranquera, siempre me decía “mandá no más que yo hago de arquero”. De la tropilla que había en el corral, unos debían salir y otros quedar. Eran todos de los nuestros. Ahora... ese tordillo... no sé... no sé cómo apareció allí, no sé. Yo no había prestado atención que estaba allí, mezclado con los nuestros, no sé... El Tono lo advirtió y me dijo “... y ése, de dónde salió?”. “No sé le dije yo, no es nuestro, no es del campo, no sé...”. “¿Viste qué fiero es?, penachudo y medio deformado, se mueve como descoyuntado, parece mandinga” concluyó el Tono. Después, cuando me preguntaron qué caballo lo había atropellado y quise señalarlo, el tordillo ya no estaba... se había hecho humo... Los nuestros, aún desapaciguados, volvieron todos a rodear el corral y a mirarnos con ojos de asombro y las orejas aguzadas. No sé... Cuando volvimos, me dijeron que en el campo no lo habían visto ni siquiera esa tarde. Y si estuvo, nadie se explicaba cómo podía haber aparecido y desaparecido de golpe; únicamente saltando alambrados, y sin que nadie lo viera, ni los vecinos en sus campos... ¡Un misterio...! Fue en la última sarta de mancarrones que le mandé a la tranquera cuando el tordillo lo atropelló. Lo encaró a lo ciego. Ningún caballo de los nuestros hacía eso, ¡jamás! Y yo lo vi clarito cuando lo saltó, y en el salto le pegó con la rodilla de la mano derecha en la cabeza, en la sien le pegó, y el Tono, cayó seco, tumbado para atrás, como un palenque cortado al ras, como un caldén abatido por el último hachazo... Y, claro, detrás del matungo ese siguieron en fila los que quedaban, que eran los nuestros, que ese día estaban como trastornados, y encararon la tranquera medio enloquecidos, saltándolo al Tono sin tocarlo, de a uno, de a dos, como jugando a ver cuál saltaba más, en medio de una polvareda que no dejaba ver nada. Yo corrí detrás de ellos, desesperado, aunque lo primero que pensé, o más bien lo deseé, fue que el Tono se hubiera quedado tendido a propósito para que la caballada no lo pisara o lo golpeara en el intento de incorporarse, porque suele convenir hacerlo cuando se te vienen en tropel y uno está en el piso. No fue así. Cuando llegué, el pobrecito estaba tendido y blando como una soga, lleno de polvo, y los ojitos cerrados, enteramente pálido, como si se le hubiese ido toda la sangre del cuerpo, aunque no sangraba por ningún lado. Le hablaba y no me contestaba, estaba desmayado, o sin conocimiento, no sé. Empecé a gritar como loco, y cuando me escucharon vinieron corriendo desde las casas su madre Deolinda, sus hermanas mayores y los más chicos, el negrito Corvalán y el Cacho Monterrosa que estaban en el galpón, y hasta los dos molineros que se aprestaban a almorzar al pie del tanque; todos allí, en tumulto, al lado del Tono. Lo llevamos hasta la bomba y mientras uno y otro bombeaba, Deolinda lo tenía en los brazos con la cabeza debajo del chorro de agua fresca, y la Romilda, la mayor, le ayudaba a tenerlo alzado, pero el Tono no reaccionaba. Todos temblábamos, estremecidos, aunque no parecía que estuviéramos desesperados: el temple y la serenidad de Deolinda, naturalmente nos apaciguaba. Ella no decía nada, simplemente obraba y, por momentos, parecía rezar. Todos dábamos consejo de cómo había que ponerlo. Para colmo, su padre, Anselmo, no estaba ese día; era justo 21 de setiembre, y la primavera había llegado transparente y colorida, pero lo sucedido no nos había permitido tenerla en cuenta. Pasaban los minutos, rapidísimo, y el Tono no reaccionaba. Deolinda dispuso llevarlo al pueblo, lo más urgente que se podía. En un santiamén, atamos la vagoneta con los más trotadores, el Lobito y el Charco, que echaban la hiel trotando. Había que hacer seis leguas para llegar al médico. Tendimos un colchón en la caja para llevarlo acostado. Alguien cargó almohadas y abrigos, la damajuana forrada, con agua recién tirada, y cosas que resultaron necesarias. Entre tanto, se prepararon hervores de malva rubia y se le pusieron apósitos embebidos ahí, en el golpe, donde tenía apenas un chichón; luego Deolinda le lavó la cabeza y los pies con té de hierba de sapo, para distenderlo, pero el Tono no volvía en sí; intentaba despertarlo, tocándole suavemente la cara, y quería darle agua, pero no respondía, entonces le mojaba los labios, inertes. Por momentos parecía que no respiraba. Deolinda le hablaba bajito, diciéndole cosas como secretos en el oído. Salimos como en partida, dos a caballo para abrir tranqueras, Deolinda y Romilda con él en el piso y yo, desde el pescante, llevando las riendas; a mi lado, la Delfina, de 13 años, que también había subido. Adelaida, de 15 años, quedó a cargo de Anselmo y Jesús, los más chicos. Éramos primos, ellos me habían criado desde que yo, muy niño, quedara huérfano. ¡Creímos que iba a ser el viaje más largo de nuestra vida! ¿Dónde estaba el pueblo? ¿Qué distancias había que recorrer? No iban a ser las mismas que tantas veces, sin apuro y alegremente, hacíamos para ir a pasear, a los carnavales o a buscar provisiones. ¡No llegaríamos más! ¿Acaso la distancia no depende de nuestra ansiedad por llegar? Esta vez ¿no sería la desesperación la medida del recorrido que debíamos hacer? ¡El Tono se nos podía morir en el camino! Pero el camino estaba bueno, liso y sin barquinazos porque había llovido hacía dos días y el piso estaba blando, ya oreado y liviano. Al principio todos con piel de gallina, porque una prisa torpe nos dominaba, pero luego fuimos tornándonos grávidos de silencio, y ya nadie pronunció palabra; en un silencio sobrecogedor, callados y temblorosos, llevábamos el corazón en un puño. Y yo, que manejaba, no podía dejar de darme vuelta a cada rato para mirarlo al ángel estropeado; desde los brazos de la madre, dormidito como iba, su rostro angélico irradiaba candor y dulzura; de él fluía como un algo sedante que, sentíamos, nos calmaba. El día estaba luminoso y un horizonte nítido nos envolvía en círculo, dejando ver las chacras y los tambos de los vecinos conocidos, incluso las casas y los molinos más remotos y no tan conocidos. Mientras tanto, el Lobito y el Charco se tragaban como agua las leguas, lanzados, vertiginosos, como si se hubiesen hecho cargo de la urgencia. Creo que nunca los vi trotar como esa vez, iban como alados, dueños del aire. El negrito Corvalán y el Cacho Monterrosa, dos muchachos que peonaban hacía tiempo en el campo, iban bien montados, abriendo y cerrando tranqueras, allanando dificultades, haciendo de convoy. Él, dormía. “Está dormidito. Va dormidito” decía la madre a cada rato, mientras intentaba que tomara algún sorbo de agua de la que llevaba en un botellón forrado en arpillera mojada. El viaje al fin se hizo corto, no alcanzó a dos horas. Entramos al pueblo por la parte de atrás, directo al hospital, y el Tono llegó tan dormido o inconsciente como había salido del puesto. Lo tomaron los enfermeros y alguien más de delantal, llamaron al médico y lo llevaron para adentro. Con él pasaron Deolinda y Romilda, Delfina y yo nos quedamos afuera y no lo vimos más. Durante muchos días, durante muchos meses, estuvimos yendo y viniendo entre el campo y el hospital, el hospital y el campo, al principio sin poder verlo y luego turnándonos para cuidarlo. Los vecinos cercanos nos acompañaron desde el primer momento. El Tono fue despertando y recuperándose muy lentamente. Le llevó más de un año. Volvió al campo a convalecer, ya cumplidos los 13 años, hasta que, ¡increíble!, con el tiempo y poco a poco pudo realizar naturalmente todos los trabajos que antes hacía. Desde aquél momento, como un estigma de endeblez siempre presente, un vago sentimiento de riesgo desconocido y de sensación casi palpable minaba nuestras acciones. Es más, tuvimos terror por los caballos blancos o tordillos y nunca más uno pisó tierra tranqueras adentro; si hasta se nos volvió prohibido pronunciar ese pelaje; una superstición temerosa y fatídica nos posesionó y no nos abandonó jamás, como a aquellos viejos vecinos, al fin, de quienes nos burlábamos cuando nos hablaban del “Tordillo del diablo...”; ellos aseguraban, persignándose, que allá por los años treinta solía aparecer de tanto en tanto y recorrer como una exhalación asolando la comarca; misteriosamente luego decían sobrevenían desgracias... Desde aquel día en que se estropeó, el Tono fue el centro de la familia, de nuestra unión, de nuestros cuidados y solicitudes para él, y entre nosotros. Estuvimos cerca de diez años más en el campo, luego… el éxodo. Y dejamos todo, y nos vinimos a vivir al pueblo. Y allí vivimos, sin las cosas, digo sin las cosas del alma cargadas de historia, de razón de ser y de afectos que allá quedaron. ...Y a empezar de nuevo, ¡urbanizarnos! Ya grandes, ya adultos, a cada uno nos fueron mellando las raspas y fragosidades del tiempo, que a todos nos cambió, menos al Tono: el quedó niño, adolescente, de alma y casi de cuerpo: no creció, no se hizo grande... Aquel 21 de setiembre del 56, un tordillo embrujado le paralizó el tiempo, le congeló el crecimiento cortándole las alas cuando recién las estaba desplegando, y ya no voló, como a aquellas aves silvestres que, cruelmente, para aprisionarlas en patios pelados, les quebrantan la punta del ala. Han pasado más de 25 años y el Tono mantiene intacta la ternura de su sonrisa, sus asombros y curiosidades de niño, su rubor y sus caprichos, el brillo de sus ojos, su infantil alegría y su humor fresco. Pero por sobre todo, el Tono conserva ...su inocencia.

lunes, 1 de octubre de 2007

EDGAR MORISOLI

Pequeña Biografía del POETA
Nació en Acebal (Santa Fe) el 5 de noviembre de 1930. Edgar Morisoli, desde "Salmo Bagual" de 1957 -edición aumentada en 1959-, ha descripto una parábola poética que encierra, con el "Cancionero del río Colorado" de 1997, obras de altísimo vuelo como "Solar en el viento" de 1966, "Tierra que sé" de 1972, "Al sur crece tu nombre" de 1974, "Obra callada" en 1994 y "Hasta aquí la canción" de 1999. Sus últimas obras publicadas fueron "Bordona de Otoño/palabra de intemperie" (1998), "Hasta aquí la canción" (1999), "Cuadernos del rumbeador" (2001), "La lección de la diuca" (2003) y "Última rosa, última trinchera" (2005).
Suma a su obra literaria, publicaciones del Instituto de Estudios Regionales, del Seminario de Literatura Regional, de la Dirección de Cultura de La Pampa, vinculadas con la cultura de la región y que influyeron en el pensamiento provincial.
La repercusión de su obra excede largamente los límites provinciales, considerado entre los más importantes poetas nacionales. Muchos de sus poemas han sido musicalizados.
***********
A continuación tengo el agrado, en forma de primicia y con la autorización de Don Edgar Morisoli de presentar dos poemas , "Sangre azulera" y "Rapsodia de los olvidos", que formarán parte de su nuevo libro "Tabla de Naufrago" (Ediciones Pitanguá) de pronta aparición. Realmente es un honor tener este privilegio de parte del mayor Poeta pampeano. Gracias.
Osvaldo Rosembach

SANGRE AZULERA


A la memoria de doña Eustaquia Morales Vda de Cortés,

nuera de la “Reina Bibiana”, en Colonia Catriel,

a comienzos de los `60.

Llegaron a la Costa tras un éxodo amargo

y un incierto futuro,

media centuria antes que nosotros.

A algunos conocí: Mariluán, Guindo,

Cheuquel... y sobre todo

a doña Eustaquia, hija de “El Cautivo” Morales. La gente de Bibiana.

Con ella conversé. Ya había dejado

“Puesto Cortés” –al Sur, un par de leguas-,

allá por “Medanito

de Los Barreales”. Los corrió el petróleo,

un nuevo tiempo que instauró una nueva

riqueza, una nueva pobreza. El pueblo mismo

cuyo nombre los nombra,

se soñaba ciudad. Eustaquia era

comadrona mentada

-es fama que jamás falló en un parto-,

y hechos a toda adversidad.

Confiaron sus poco animales a pariente o amigos,

y afrontaron sin miedo un mundo que cambiaba.

¿Recordar? –Recordaba más de lo que decía,

estoy seguro. Pero la tristeza

o el orgullo paisano de defender lo propio

con armas de silencio...

Hablamos de Benigar

y Sheypukiñ: nombró a las cultruneras

(Marcelina Parada, Catalina

Currumil), y también al oficiante

del camaruco: Juan Huaifil. Su rostro

nostalgió una sonrisa

cuando contó del canto tayil. Lo oyó de niña

(¿Por Guaminí, quizás?)

y ya en esta comarca lo siguieron cantando las abuelas

“Allá en El Aguará, la costa abajo...”

Murió de ochenta años. Raigonosa,

esa sangre azulera todavía da gajos, da flores y da frutos

RAPSODIA DE LOS OLVIDOS


“No Hay que confundir olvido

con no querer recordar,

y lo que el tiempo ha perdido

con mañas para ocultar

algo en verdad sucedido

que quien manda ha decidido

no se deba ni mentar.”

Desde las tornadizas riberas del Popopis
al austral Onashaga (después nombrado Beagle),
¿Qué cosa habrá que no se llame Roca?

Pueblos, ciudades, calles, avenidas,
lagos, ferrocarriles, ventisqueros, quiosquitos
de mala muerte, escuelas, bastas jurisdicciones
territoriales, cerros, colonias, fiambrerías
de especiosos efluvios, plazas, cines, hoteles,
todo lleva su nombre.
(Julio argentino al frente, y a sus flancos
Rudesindo, Ataliva.)

Frente a notoriedad tan abusiva,
conviene recordar
un inicuo episodio a menudo olvidado. Me refiero
“Arreo de indios” (aunque el rótulo
que consignan los partes se: “Traslado
de prisioneros”. Impecable. Neutro.)

Eran hombres rendidos: se habían entregado
a la Nación. La “chusma” –es decir, sus familias,
con ellos las mujeres, los ancianos, los niños.
Pasaban de seis mil los “sometidos
al gobierno”. E igual fueron arreados
hacia lo que llamaban los “Depósitos
de prisioneros” (Chos Malal, Valcheta,
Malargüe, Trenque Lauquen, Villa Mercedes o Martín García),
de a pie, por centenares de leguas, sin descanso
ni compasión. Caían al borde la huella
los enfermos, los viejos, los exhaustos. Las madres
próximas o recientes. Y caían
para no levantarse. Los dos tercios
murieron en la marcha, rematados
a cuchillo o a bala. así contó Rosario


Unepeo. Así también contaron
Félix Manquel, Laureana Nahueltripay, Antonio
Kalcuer... son testimonios de sevicia,
páginas de vergüenza. Por ellos, para ellos,
vaya esta trova que ojalá cobijen las guitarras del Sur.

*

Ya terminó “la limpieza”,
la tierra quedó vacía
o mejor decir vaciada
de gente y alma. Baldía.

Que vengan los “Suscriptores”
del Empréstito” a elegir
campos y aguadas; que el alma
no la podrán conseguir.

Silva Kürrüf por los montes
su canción de despedida.
Capaz que algunos volvamos
rastreando el alma perdida.

**

Ay, los que marchan al Norte
sin saber a donde van.
Ay, rumbo de los vencidos.
Ay, los que sombra serán.

La sangre buscó su cauce
sobre angustia y soledad.
la sangre encontró su cauce
para confiar su verdad.

Silva Kürrüf por los montes
su canción de despedida.
Capaz que algunos volvamos
rastreando el alma perdida.

II

Lo demás es sabido, mano de obra cautiva,
los que sobrevivieron al arreo

fueron distribuidos a yerbales

de Misiones, a ingenios tucumanos, a estancias

de jefes militares o de amigos

patricios. Las mujeres, privadas de sus hijos,

terminaron sirvientas. Y los niños

se dieron a familias “decentes y cristianas”

(Cualquier similitud con hechos ocurridos justo un siglo más tarde,
no es mera coincidencia). Vade retro.

lunes, 27 de agosto de 2007

OLGA OROZCO


Olga Orozco nació el 17 de marzo de 1920 en Toay, La Pampa. Olga adoptó como apellido literario el de su madre; su padre, siciliano de Capo
d' Orlando, se llamaba Carmelo Gugliotta; su madre era Cecilia Orozco, nacida en San Luis.
Del ambiente familiar y de los campos y bosques que explotaba su padre- guardaba entrañable memoria. Constituían el paraíso de la infancia. Sus primeros años transcurrieron entre aquella población y Buenos Aires. En 1928, la familia se trasladó a Bahía Blanca donde la niña se aficionó al mar. En 1936 se instaló en Buenos Aires y aquí se recibió de maestra. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires conoció a Daniel Devoto, a Eduardo Jorge Bosco y, más tarde, a Alberto Girri, poetas y amigos muy queridos. Pronto trabó amistad con Norah Lange y Oliverio Girondo, animadores de un círculo literario y festivo en el cual se vivía y se cultivaba el surrealismo. En 1940 integró el grupo que colaboraba en Canto, una de las revistas de la generación del 40. En esta época, Olga hacía comentarios sobre teatro clásico español y argentino en Radio Municipal en un ciclo destinado a ese tipo de obras. Formó parte de un grupo de radioteatro, se convierte así en actriz radial entre 1947 y 1954 con el personaje Mónica Videla. Trabajaba también en Radio Splendid en la compañía de Nidia Reynal y Héctor Coire.
En los 60 trabajaba como redactora en la revista Claudia.
-"Los poetas que tuvieron influencia sobre mi -señala- fueron San Juan de la Cruz, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz, Rilke.-
Su primer libro, Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), La oscuridad es otro sol (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987), Con esta boca, en este mundo (1994), espléndido conjunto de refinada calidad literaria.
En los 90 muere su esposo, el arquitecto Valerio Peluffo (estuvieron unidos durante veinticinco años). El 17 de noviembre de 1995 presenta en Toay y en su casa "También luz es un abismo".
El 28 de noviembre de 1998 recibe en Guadalajara el VIII Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Falleció el 15 agosto de 1999 a los 79 años como consecuencia de una afección circulatoria, sus restos se encuentran en un cementerio privado de Pilar, provincia de Buenos Aires.


CABALGATA DEL TIEMPO


Inútil. Habrá de ser inútil, nuevamente,
suspender de la noche, sobre densas corrientes de follaje,
la imagen demorada de un porvenir que alienta en la memoria;
penetrar en el ocio de los días que fueron dibujando con terror y paciencia
la misma alucinada realidad que hoy contemplo,
ya casi en la mirada;
repetir todavía con una voz que siento pesar entre mis manos:
-Alguna vez estuve, quizás regrese aún, a orillas de la paz,
como una flor que mira correr su bello tiempo junto al brazo de un río.

Todo ha de ser en vano.
Manadas de caballos ascenderán bravías las pendientes de su infierno natal
y escucharé su paso acompasado, su trote, su galope salvaje,
atravesando siglos y siglos de penumbra,
de sumisas distancias que irremediablemente los conducen aquí.

Tal vez sería dulce reconquistar ahora una música antigua,
profunda y persistente como el eco de un grito entre los sueños,
sumirse bajo el verde sopor de las llanuras
o morir con la lluvia, tristemente,
entre ramos llorosos que sombrearan viejísimas paredes.

Imposible. Sólo un fragor inmenso de ruinas sobre ruinas.
Es el desesperado retornar de los tiempos que no fueron cumplidos
ni en gloria de la vida ni en verdad de la muerte.
Es la amarga plegaria que levantan los ángeles rebeldes
llamando a cada sitio donde pueda morar su dios irrecobrable.
Es el tropel continuo de sus lucientes potros enlutados
que asoman a las puertas de la noche la llamarada enorme de sus greñas,
que apagan con mortajas de vapor y de polvo toda muda tiniebla,
agitando sus colas como lacios crespones entre la tempestad.
La sangre arrepentida, sus heroicas desdichas.

Y nada queda en ti, corazón asediado:
apenas si un color, si un brillo mortecino,
si el sagrado mensaje que dejara la tierra entre tus muros,
se pierden, a lo lejos,
bajo un mismo compás idéntico y glorioso como la eternidad.

Olga Orozco

AUNQUE SE BORREN TODOS NUESTROS RASTROS...


Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer
y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca, déjame en el aire la sonrisa.
Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos
y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós:
un ojo en Achernar, el otro en Sirio,
las orejas pegadas al muro ensordecedor de otros planetas,
tu inabarcable cuerpo sumergido en su hirviente ablución, en su Jordán de estrellas.
Tal vez sea imposible mi cabeza, ni un vacío mi voz,
algo menos que harapos de un idioma irrisorio mis palabras.
Pero déjame en el aire la sonrisa:
la leve vibración que azogue un trozo de este cristal de ausencia,
la pequeña vigilia tatuada en llama viva en un rincón,
una tierna señal que horade una por una las hojas de este duro calendario de nieve.
Déjame tu sonrisa a manera de perpetua guardiana, Berenice.

Olga Orozco

AQUÍ ESTÁN TUS RECUERDOS...



Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.

Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.

-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.

¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?

¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.

Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.
Olga Orozco

jueves, 12 de julio de 2007

CHARLA DE LA COLEGA DIANA RODRIGUEZ

Tengo el placer de invitarlos a la charla gratuita de actualización para bibliotecarios y personal de bibliotecas. Su temática será "Biblioteca 2.0: nuevos conceptos y herramientas digitales a nuestro favor".
El evento será en el Centro CFI de Santa Rosa, calle Mansilla 1 (La Pampa) durante el mes de agosto, fecha exacta a confirmar.
Como el Centro tiene capacidad limitada, necesito vayan confirmando su intención de asistir a mi mail particular: noticiasmias2002@yahoo.com.ar
Muchas gracias. Un abrazo
Diana Rodríguez

lunes, 25 de junio de 2007

Julio Dominguez "El Bardino"


Nació en Algarrobo del Águila el 20 de diciembre de 1933. Artista popular desde su origen, formación y desde el modo que ha elegido para expresar y reelaborar la tradición poético-musical a la que pertenece. Por eso su obra tiene acentos regionales auténticos y un tono de dignidad y de valoración de esa misma región.
Como autodidacta ha realizado grandes esfuerzos para lograr un crecimiento intelectual propio y, sobre todo, la evolución poética que manifiesta su obra. Fue socio fundador de la Asociación Pampeana de Escritores y de Coarte, primera cooperativa pampeana de trabajo artístico.
Entre sus obras se destacan: "Tríptico para el Oeste", "Canto al Bardino", "Rastro Bardino", "A Orillas de Santa Rosa", "Comarca", en tanto que otros muchos poemas aguardan, aún inéditos. Su creación trasciende el rubro "poesía" para proyectarse en la música, en los medios de comunicación y en la escuela porque "La Chilquita" y "Milonga Baya" son como banderas identificatorias de un paisaje, de un canto y están ya en la savia que alimenta nuestra pampeanidad. Su última edición es "No tan cuentos. Cuentos y relatos de La Pampa" (2004).
Falleció el 11.02.2007.

Entre nosotros*

Me contaron de paisajes
que son toda una hermosura
de montañas y llanuras
con diferentes pelajes
gente con floridos trajes
que cantan que es un primor
mas yo que nací cantor
en los pagos de Cochengo
torpemente me entretengo
con tonos de mi menor.

Tanto me ha dado la vida
que tengo hasta cuerdas nuevas
como si esto poco fuera
caminos y algún amigo
a mi pago por testigo
que alguna vez le canté
un caballo pangaré
en trescientos de las clines
le corrí a Pascual Martínez
me dio puesta y le gané.

Ni que hablar de las jarillas
que en los fogones he quemado
y de los piches asados
de El Boitano a La Puntilla
recuerdo de las tropillas
y de piales pueta afuera.
Contar penas no quisiera
para eso están los llorones
a mi, con estas canciones
se me curan las bicheras.

Cuando el tiempo haya pasado
tal vez recuerde mi nombre
el más humilde de los hombres
lleve mis versos cantando
mientras me voy alejando
me parece que soy otro
que lo mata un refucilo
y vuelvo por un estilo
a quedarme aquí, entre nosotros.

*De Guitarra marca Tango, Fondo Editorial Pampeano, (C) 2005.

domingo, 24 de junio de 2007

Juan Carlos Bustriazo Ortiz



Juan Carlos Bustriazo Ortiz nació en Santa Rosa, alrededor del año 1929. Fue policía durante algo más de una década, profesión en la que recorrió la parte desértica de La Pampa. También fue linotipista en la época heroica de los diarios en La Pampa. Después se entregó por completo a la poesía y la vida bohemia. Tiene más de setenta libros (de los que hay publicados media docena) en los que se advierte la evolución de su lenguaje desde la expresión más simple en sus "Zambas para leer y cantar" hasta las mayores experiencias del lenguaje en "Libro del Gnempin". Cantidad de compositores han puesto música a sus obras

En "La tejedora puelche" hay un juego sutil al hablar de los colores relacionándolos con los tradicionales de las matras que son, a su vez, expresiones reflejadas en forma y color de las pinturas rupestres mágico-religiosas que aparecen en los aleros de Pampa y Patagonia

El Egipcio


Este Escriba-Sentado, silencioso, hechura de obsidiana y lapislázuli, con sus piernas cruzadas ritualmente, escribe en su demótico profundo los acontecimientos de su Amor, de su Dolor talla tallando primorosamente los dolidos aconteceres de su Cuerpo y de su Alma.

Este Escriba-Sentado,

esta vez escribe para

Sí. Ha huido brevemente/ a un jardincillo conocido,

lejos del Faraón. De los ojos duros

y divinos del Faraón ha escapado unos

minutos, junto a las flores

de Palacio. Mariposas lo tocan en

sus sienes, en su cabeza bullidosa.

¿Quién vendrá a visitarlo?

¿Quiénes se allegarán a

sorprenderlo en su/ demótico profundo...

¡Silencio!

El Escriba-Sentado es Orotep, el

poeta.

(de Ciclo lila, 1984, inédito.)

ESTILO N° 8 A LA CALANDRIA

A Margarita Monges, poeta

En un paisaje de adobes
y de piedras solitarias,
debajo de cielo puelche
una calandria cantaba

(En el corazón tenía
una guitarra hechizada.)

Cuántas cosas le salían
de su sangre enamorada:
todo el canto de la tierra
le cabía en la garganta

(Que dios remoto y silvestre
le regaló tanta magia?)


Era el triste de los yuyos,
la huella de las aguadas,
era el estilo del viento,
la milonga de las bardas.

(Porque mil pájaros sabios
era la sola calandria.)


Una vez regresó el río
con pifulcas desbordadas,
y sus viejas sinfonías
me repitió la calandria.

(Era una niña de cobre
con un cacharro de lágrimas.)


Dónde andará con su canto?
De quién serán sus tonadas?
Con esta música vuelve,
pero mi voz no la alcanza.

(Se me ha vuelto la calandria
una guitarra con alas!)


Musicalizada por Délfor Sombra

LA TEJEDORA PUELCHE


Aquí viene llegando
la tejedora puelche,
la que tejía sus matras
lo mismo que su suerte.

Venía siempre al pueblo
en busca de la gente,
saliendo de la tarde
como una chilca verde.

Llegaba despacito,
subiendo desde el este,
allá, donde el río seco
se junta con la muerte.

Chamal rojizo y verde,
color que trae la suerte.
¡Ay, tejedora puelche!
tu sombra siempre vuelve.

Hoy suben de la tierra
tus raíces silvestres,
los vivos colorinches
de tus lanas alegres.

Loco el viento de junio
castiga, pardo y fuerte,
con tus matras yo tengo
la sola patria puelche.

Y aquí te dejo viva
memoria del Oeste,
derramada en mi canto
como un río ferviente.

Chamal rojizo y verde,
color que trae la suerte.
¡Ay, tejedora puelche!
tu sombra siempre vuelve.