“No Hay que confundir olvido
con no querer recordar,
y lo que el tiempo ha perdido
con mañas para ocultar
algo en verdad sucedido
que quien manda ha decidido
no se deba ni mentar.”
Desde las tornadizas riberas del Popopis
al austral Onashaga (después nombrado Beagle),
¿Qué cosa habrá que no se llame Roca?
Pueblos, ciudades, calles, avenidas,
lagos, ferrocarriles, ventisqueros, quiosquitos
de mala muerte, escuelas, bastas jurisdicciones
territoriales, cerros, colonias, fiambrerías
de especiosos efluvios, plazas, cines, hoteles,
todo lleva su nombre.
(Julio argentino al frente, y a sus flancos
Rudesindo, Ataliva.)
Frente a notoriedad tan abusiva,
conviene recordar
un inicuo episodio a menudo olvidado. Me refiero
“Arreo de indios” (aunque el rótulo
que consignan los partes se: “Traslado
de prisioneros”. Impecable. Neutro.)
Eran hombres rendidos: se habían entregado
a la Nación. La “chusma” –es decir, sus familias,
con ellos las mujeres, los ancianos, los niños.
Pasaban de seis mil los “sometidos
al gobierno”. E igual fueron arreados
hacia lo que llamaban los “Depósitos
de prisioneros” (Chos Malal, Valcheta,
Malargüe, Trenque Lauquen, Villa Mercedes o Martín García),
de a pie, por centenares de leguas, sin descanso
ni compasión. Caían al borde la huella
los enfermos, los viejos, los exhaustos. Las madres
próximas o recientes. Y caían
para no levantarse. Los dos tercios
murieron en la marcha, rematados
a cuchillo o a bala. así contó Rosario
Unepeo. Así también contaron
Félix Manquel, Laureana Nahueltripay, Antonio
Kalcuer... son testimonios de sevicia,
páginas de vergüenza. Por ellos, para ellos,
vaya esta trova que ojalá cobijen las guitarras del Sur.
*
la tierra quedó vacía
o mejor decir vaciada
de gente y alma. Baldía.
Que vengan los “Suscriptores”
del Empréstito” a elegir
campos y aguadas; que el alma
no la podrán conseguir.
Silva Kürrüf por los montes
su canción de despedida.
Capaz que algunos volvamos
rastreando el alma perdida.
**
Ay, los que marchan al Norte
sin saber a donde van.
Ay, rumbo de los vencidos.
Ay, los que sombra serán.
La sangre buscó su cauce
sobre angustia y soledad.
la sangre encontró su cauce
para confiar su verdad.
Silva Kürrüf por los montes
su canción de despedida.
Capaz que algunos volvamos
rastreando el alma perdida.
los que sobrevivieron al arreo
fueron distribuidos a yerbales
de Misiones, a ingenios tucumanos, a estancias
de jefes militares o de amigos
patricios. Las mujeres, privadas de sus hijos,
terminaron sirvientas. Y los niños
se dieron a familias “decentes y cristianas”
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