El colectivo recorría la pequeña ciudad.
De orilla a centro, de centro a orilla, cada día.
Era testigo de precios que suben.
De amores imposibles
de odios que no cicatrizan.
De saludes que se dañan
y hospitales que no anochecen.
Refugio de sueños
y excusa para los que se quedaron sin regreso.
Ese día se había vuelto un rodante albergue de mudos.
Todo era silencio, chofer, pasajeros...
Todo menos la radio que con voz de trueno
anunciaba con horror entre los dientes,
la decisión apocalíptica de los déspotas.
En el vano de la puerta viajaba el uniformado.
Portavoz de la infamia,
miró a cada uno
con ojos de verdugo
Como queriendo confirmar en las miradas
la clara señal del espanto.
Después, para bajar, hizo parar el colectivo.
El colectivero apagó la radio
y lo despidió con una prolongada puteada.
No había terminado la tarea
cuando cruzó el auto
que hacía flamear una inmensa bandera.
Abandonando el volante
sacó buena parte de su cuerpazo por la ventana
y gritó:
"Idiota, hasta ayer nos mataban
y ahora te vas con ellos..."
Ese hombre, agreste, interpretaba con finura
este país que somos...
Era el mediodía del 2 de abril de 1982
lunes 2 de abril de 2007 (veinticinco años después)
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