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n la casa hay una guitarra.
Una guitarra antigua y lastimada.
Ha cantado siempre en armonía con los sueños.
Hasta imaginó, alguna vez, una canción
por Nicaragua.
Los amigos con ella se han confesado.
Los hijos, a quienes aun reclama
cuando acontecen catástrofes o milagros.
Y sigue estando la guitarra.
Extraña aquellas manos de su infancia
que sobre ella soñaron.
En mis oídos truena su reproche:
¡América intenta otra vez
recuperar a Potosí desde el espanto!
Tengo seis lágrimas,
me dice,
que se secaron una tarde en “Valle Grande”
Tengo seis lágrimas y un ojo
y esta luz que crece en el socavón de mi caja.
Tengo seis lágrimas y un ojo.
Miro a Santa Clara, a
y comienzo a imaginar otra canción
para celebrar la victoria
de todo el Sur del río Bravo
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